Bienvenida
Un pueblo legendario habita nuestro mundo. Lo camina sin cesar tejiendo con sus pasos una red de caminos de luz que dicta el orden de los días y las noches.

Ellos son épicos, vencedores de gigantes en tiempos míticos. Su mundo nació de una jícara y también se tejió con los cabellos de la anciana más antigua. El fuego es su abuelo; el sol, su padre. La lluvia, la tierra y el mar, son sus madres; el venado y el peyote, sus hermanos mayores.

Son herederos del que desposó a las cinco diosas del maíz, único sobreviviente de un devastador diluvio. También son sus ancestros los que salieron del mar, en el país de los lobos, y atravesaron a pie sus territorios en busca del primer amanecer.

Todos estos universos se entretejen integrando una visión del mundo única y eternamente dinámica: la wixarika, conocida por nosotros como cultura huichol.


La cultura huichol
Origen
El eterno regreso a los tiempos míticos
Los universos huicholes comienzan aquí, el lugar de Nuestra Madre Tatei Haramara, el mar, espacio más occidental de su territorio.

En tiempos míticos la costa era tierra de monstruos y gigantes y reinaba Nuestra Abuela Takutsi, la diosa más antigua. Todo era agua y oscuridad, hasta que emergieron los ancestros y siguieron al venado que los llevó hasta el oriente, donde nació el sol.

La gran roca blanca en el mar y todo el paisaje son deidades que los huicholes veneran con ofrendas y les presentan a sus recién nacidos. Éste es el mundo de “abajo”, de lo femenino y la fertilidad de las aguas primordiales. Es también aquí a donde llegan algunas almas para unirse a la fiesta desenfrenada que es el inframundo.


Espacio
Paisaje geográfico, mítico y sagrado
Los cinco puntos cardinales del territorio huichol forman un rombo con su centro que contiene la geografía de espacios míticos, sagrados y comunitarios que integran sus universos.

Al extremo norte en el límite de Durango y Zacatecas está el santuario de Hauramanaka, “lugar de la madera flotante”. Allí, desde el alto bosque del Cerro Gordo se contempla la Sierra Madre Occidental que atraviesa de norte a sur el territorio hasta el Lago de Chapala, en Jalisco.

Desde el poniente, en Nayarit, la costa se transforma hasta llegar a las alturas de la Sierra, en cuyo corazón, alrededor del cañón del río Chapalagana, viven las comunidades más antiguas. Rumbo al este se llega al desierto sagrado de Wirikuta en San Luis Potosí, donde en el extremo oriental se levanta el Cerro del Amanecer.


Comunidad
La preservación de la costumbre
Para sobrevivir al diluvio mítico, por consejo de Nuestra Abuela Takutsi, un hombre llamado Watakame labró una barca y se subió en ella con una perrita negra y cinco granos de maíz. Al encallar en Chapala, sitio sagrado de Xapawiyeme “lugar de Nuestra Madre, la higuera de lluvia”, la perrita se convirtió en mujer, él la desposó y sembró los granos de maíz para crear la milpa o coamil originario. Así se convirtió en el primer cultivador.

A partir de entonces los wixaritari o huicholes tejen sus lazos comunitarios levantando viviendas y templos, bordando lienzos de algodón o lana, cultivando su vínculo con el maíz.

Desde niños los huicholes aprenden y viven su costumbre. Así veneran a las diosas madres de la tierra, de la lluvia y del maíz, que los alimentan y cobijan.


Ritual
El orden del mara'akame
En Te’akata, el “lugar del horno”, el Joven Estrella del Alba flechó unas rocas y las prendió en llamas antes de que existiera el sol. Así nació Tatewari, Nuestro Abuelo el dios fuego, el primer chamán o mara’akame.

Su templo es el modelo de todo centro ceremonial, hogar de los dioses dondequiera que haya una comunidad huichol. Sus fieles encargados son los jicareros. Ellos cumplen y vigilan la costumbre, peregrinan a los sitios sagrados y suman al pueblo para que, con ofrendas y rituales vuelvan a crear el mundo una y otra vez.

Pocos logran convertirse en mara’akame para así poder curar a su gente, alcanzarle favores, ocupar las sillas ceremoniales y volverse, con su canto, la voz de los dioses.


Destino
Un universo siempre nuevo
El primer venado que salió del mar fue hasta el desierto de Wirikuta, lugar de la luz, y se entregó a los cinco cazadores míticos transformado en peyote, cactus sagrado, justo al salir el sol por primera vez. El amanecer llegó gracias al sacrificio de un niño cojo y tuerto que se lanzó al fuego y renació como el Padre Sol en la cima del Cerro Paritekia, “lugar del amanecer”. Allí, un guajolote lo nombró Tayau.

Por eso los huicholes peregrinan a Wirikuta, mundo de “arriba”, se purifican en sus manantiales, cazan venado y peyote. Al alba cubren sus sombreros con plumas de guajolote, pintan sus caras de amarillo y cantan al alcanzar el nierika, la visión de los dioses, para regresar a compartir el peyote o hikuri con su comunidad y bailar juntos la danza de la lluvia.


La historia del primer amanecer
La tabla huichola: Arte Nierika
Cuadro
Lectura general
Elementos principales