Nierika es el “don de ver”, acceder a la “visión de los dioses ancestrales” y alcanzar la iniciación. Tras una preparación ardua cumpliendo la costumbre, peregrinando y con ayuno, sacrificios y rituales de purificación, camino que culmina en la ingesta ritual del peyote sagrado, es que se obtiene el nierika para conocer el estado oculto, permanente y auténtico de las cosas y los seres. Así se crea y se vive el mundo mítico, atemporal de los ancestros. Nierika también se refiere a varios objetos, “instrumentos para ver”, que ayudan a alcanzar el estado del ser que se equipara a los dioses. Pueden ser pequeños espejos que muestran las cosas como son. Pueden ser objetos redondos o romboidales tejidos que funcionan como escudos que defienden de la verdadera mirada y poder de las deidades, del propio nierika. Pero estos símbolos también llamados “ojos de dios” son una representación del paisaje ritual, del territorio sagrado con sus 5 rumbos cardinales. Algunos tienen un agujerito en el centro para “ver al otro lado”, a ese mundo reservado a los iniciados.
La palabra nierika también es espejo, retrato, rostro, ojo y mejilla. Todas estas ideas similares, cada una con matiz diferente, están contenidas en la noción de nierika, concepto fundamental para su cosmovisión: tan esencial, polivalente y dinámico como la cultura wixarika. Esta tabla de estambre es, así, un gran nierika.
El peyote o hikuri es uno de los elementos más sagrados en la cultura wixarika.
Es un cactus sin espinas (Lophophora williamsi) que crece en los semi-desiertos del norte de México.
El peyote nació cuando el venado Tamatsi, Nuestro Hermano Mayor, el primero en llegar al oriente, obtuvo el “don de ver” o nierika. En ese momento, su corazón (iyari) se transformó en peyote y así se entregó a los primeros cazadores. Ellos lo comieron y alcanzaron también nierika.
De las huellas que dejó este primer venado en el desierto sagrado de Wirikuta, nacieron todos los demás peyotes y se reproducen gracias al autosacrificio del venado.
La relación de los huicholes con el peyote es muy antigua, estrecha y ritual. Se preparan para su peregrinación a Wirikuta con sacrificios y austeridad, ayunando y desvelándose por varios días. A su llegada se purifican en el manantial de Tatei Matinieri (Diosa Madre de la lluvia de oriente) y se preparan para la cacería de venado y peyote. Sólo después de esta ardua preparación es que al ingerir el hikuri los iniciantes pueden alcanzar el nierika.
Así se convierten en dioses-venado y en el peyote mismo. Con el don de ver obtenido se percibe al mundo lleno de luz y se recibe al amanecer. Por eso el Padre Sol nace en Wirikuta.
También a través del peyote es que los “peyoteros” o iniciantes tienen visiones y sueñan con las serpientes de la lluvia, lo cual es fundamental para llevar lluvias y fertilidad para sus comunidades.
El venado es considerado el “hermano mayor” (Tamatsi) de los huicholes. El haberse sacrificado desde tiempos míticos para entregarse a los primeros cazadores transformado en peyote lo convirtió en deidad. Así, todos los iniciados son, de cierta manera, venados, Tamatsime.
Muchas de las figuras de la tabla portan atributos de venado en sus cabezas o en otras partes del cuerpo. Éstos pueden ser, según la representación o dónde los porten, una cornamenta (awa) o bien, una cola (maxakwaxi; de maxa: venado y kwaxi: cola) que, como instrumento sagrado, es comparable a una vara ceremonial (muwieri).
Este símbolo indica que el personaje tiene poder, que ha alcanzado la iniciación y se ha convertido en chamán (mara’akame). Lo identifica como deidad, pues todas ellas tienen aspecto de venado.
El muwieri o vara ceremonial es un instrumento fundamental para el chamán (mara’akame).
Es una vara con plumas, que pueden ser de aguililla de cola roja, águila real o papagayo, o en otros casos colas de venado (maxakwaxi) y unas pequeñas campanas. El dios del fuego Tatewari, Nuestro Abuelo, que es considerado el primer chamán, tiene por muwieri una cola de venado.
Mientras el mara’akame canta su vara ceremonial es su “medio de comunicación con los dioses” y, al mismo tiempo, es en sí misma una deidad que hace de intercesora entre ellos y el cantador. A través de su muwieri hace contacto con los cinco rumbos cardinales, los lugares sagrados y las deidades.
Los muwierite también son utilizados por los mara’akate en curaciones y limpias.
El takwatsi es un pequeño estuche alargado tejido con hojas de la planta de sotol (tsai) que se usa para guardar objetos mágicos.
Los chamanes (mara’akate) colocan allí sus instrumentos sagrados que generalmente son tres: su vara ceremonial (muwieri), un cristal de roca (que es el dios hermano mayor Tamatsi) y un pequeño espejo que sirve como “instrumento para ver” (nierika). En otros casos, los miembros de la comunidad que participan en la peregrinación al desierto de Wirikuta, los peyoteros, también utilizan el takwatsi para guardar los objetos rituales que no pueden ponerse directamente sobre la tierra.
Para los huicholes, el mundo nació de una jícara.
La fertilidad, el vientre femenino y la tierra como contenedora de todas las cosas vivas son conceptos que se materializan en la jícara huichola. Algunas de ellas sirven también como asientos para los dioses en los altares.
Así, como objeto simbólico y ritual, la jícara es un instrumento que sirve para producir fertilidad, tomar agua y descansar.
Funciona también como ofrenda y portadora de plegarias. En ellas se sirve sangre de animales sacrificados para alimentar a los dioses; y también, las chaquiras, monedas y figuritas de cera que las adornan son el mensaje dirigido a ellos.
Las jícaras dentro del centro ceremonial (tukipa) son la personificación de cada uno de los ancestros que habitan en él y tienen, cada una, un encargado o “jicarero” que las resguarda y que, a su vez, personifica a este mismo ancestro. Al alcanzar la iniciación, el jicarero nacerá de esta jícara como ese ancestro hecho deidad.
Como objeto simbólico y ritual, la flecha es un instrumento que sirve para cazar venado y disparar a los monstruos de la oscuridad que se oponen al sol.
Funciona también como ofrenda y portadora de plegarias. Es untada con sangre de animales sacrificados para alimentar a los dioses y se trazan sobre ella dibujos que representan la oración dirigida a los dioses.
Así, los huicholes “flechan” a sus deidades para hacerles llegar sus peticiones, y al mismo tiempo, los alimentan y les entregan sus armas invitándolos a sacrificarse en beneficio de la comunidad.
En la tabla, la presencia de las flechas se refiere al culto a los ancestros como “personas-flecha”. Las personas iniciadas “ya son como antepasados” o deidades y regresan al mundo en forma de un pequeño cuarzo (irikame) que se ata a las flechas rituales.
Estas flechas son personas, un ancestro concreto que obtuvo el nierika: la visión de los dioses.
La serpiente es para los huicholes un animal divino.
Está asociada con el mundo acuático de “abajo”, del poniente, la oscuridad, lo femenino y la fertilidad. Una gran serpiente bicéfala habita en el mar que rodea la tierra. La oscuridad reinaba hasta que la estrella de la mañana flechó a este gran monstruo marino y el Padre Sol surgió victorioso en el oriente. Pero cada ocaso, es devorado por la serpiente al llegar al poniente cediendo paso a la noche de nuevo. Así, en una eterna batalla cósmica la alternancia de día y noche es la contraposición del sol y la temporada de secas con la gran serpiente marina y la fertilidad de la temporada de lluvias (witarita).
Por eso las diosas madres de la lluvia son serpientes y, consecuentemente, también se relacionan con el mundo “de arriba”. En su peregrinación al oriente, los iniciados sueñan con las serpientes de lluvia que se forman allí con el polvo del desierto; ellos mismos se transforman en ellas y así desfilan a sus comunidades para llevarles la serpiente de nubes (haikuterixi), iniciar la temporada de lluvias y procurarles fertilidad.
Como los venados se entregan al cazador, las serpientes se ofrecen como lluvia. Su nacimiento al momento de la obtención del nierika, al amanecer, las vuelve deidad.
Su representación remite a palabras, caminos, canales de comunicación, relámpagos, lluvia, vida y a la iniciación.
Los peregrinos que llegan a Wirikuta recolectan raíz de uxa, una planta (Berberis trifoliata) que crece cerca de los manantiales sagrados de Tui Maye'u. De ella extraen su pulpa color amarillo y así pintan sus rostros para reflejar en ellos la visión del amanecer.
Los dibujos son variados y principalmente se relacionan con algún ancestro mítico. Pueden ser líneas, puntos, elaborados trazos geométricos o animales. Aunque son llamadas pinturas faciales, también se aplican a objetos y ofrendas como instrumentos musicales o cornamentas de venado. Se convierten en pintura corporal cuando se aplican al peyote o a la serpiente azul de madera, protagonista en la danza de la lluvia.
En suma, la pintura de uxa distingue a los iniciados. Es un reflejo del sol, signo de la visión de los dioses y, en sí misma, un nierika.
En la obra de José Benítez, de entre todos los colores, son los trazos amarillos los que forman todas las figuras. La tabla es también una gran pintura de uxa. Es, así, un nierika, un instrumento para ver, unos ojos, un espejo y un rostro iluminado con los trazos del sol que revelan, a quien los mira de frente, el mosaico de universos sagrados que componen la cultura huichol.
Justo al centro de la tabla se distingue un rostro redondo y alegre con rasgos de venado y un contorno que sugiere una apariencia de sol. Es Tatutsi Xuweri Timaiweme, Nuestro Bisabuelo, un antiguo ancestro deificado.
Según el título de la obra, todo lo que en ella se contiene es la visión del universo que este ancestro revela. Es, al mismo tiempo, un gran retrato de este personaje conformado por los dos grandes círculos de colores que son sus ojos y la unión de varias figuras al inferior que construyen su boca sonriente. Así, el ancestro aparece como una parte y al mismo tiempo como el todo. Es él quien porta la gran pintura facial amarilla que conforma la obra. Su rostro está iluminado y así, el universo que revela también. Es entonces, un mundo habitado por deidades.
Sus ojos son por eso dos nierikas, instrumentos para ver, y señal de que ostenta la visión de los dioses.
Su presencia en la obra es un puente, el camino que muestra el mundo sagrado, lo devela.
El mundo se sostiene gracias a los haurite: los pinos, ocotes o velas que sostienen al cielo y se levantan desde los 5 extremos del universo. Por eso ofrendar katirate o velas significa renovar los árboles cósmicos que soportan la cúpula celeste para que ésta no caiga.
En la tabla, los haurite están representados por Tatutsi Maxakwaxi y Tatutsi Tawikuni, Nuestros Bisabuelos. Ambos, en el pecho, aparecen con su esqueleto al descubierto trazado con amarillo. Al ser deidades portan atributos de venado: el del lado derecho, cornamentas (awate); el del lado izquierdo, colas de venado. Estas colas lo identifican como Tatutsi Maxakwaxi, Nuestro Bisabuelo Cola de Venado (de maxa: venado y kwaxi: cola). Él es el principal dios venado.
La cola de venado es también usada como un muwieri o vara ceremonial, y Tatutsi Maxakwaxi es el muwieri que usa Tatewari, el dios del fuego. Así, Maxakwaxi equivale al chamán o mara’akame que es el interlocutor y representante de Tatewari. Él es el canal de comunicación, y por eso su cola se transforma en serpiente.
Tatutsi Maxakwaxi también aparece, pequeño, al lado izquierdo del personaje central Tatutsi Xuweri Timaiweme. Funge como su interlocutor y representante ya que está de pie sobre una línea serpentina que sugiere ser el camino de sus palabras. De este camino, como de un muwieri, penden plumas que transportan su mensaje.
Tatewari, Nuestro Abuelo el dios del fuego es una de las deidades principales del panteón huichol.
Antes de que existiera el sol, el Joven Estrella del Alba flechó unas rocas incandescentes rojas y azules que echaban chispas y tenían aspecto de un anciano. Las “tumbó” y confinó en una fogata. Así nació Tatewari, que es también, el primer chamán o mara’akame.
Recién nacido era difícil de contener para que no incendiara al mundo entero hasta que, después de ser robado por un tlacuache, fue domesticado.
Te’akata, el “lugar del horno”, es donde nació y habita Tatewari. Es el centro del universo huichol y uno de los lugares más sagrados. Por eso el dios fuego está siempre al centro de todo rancho (kie), todo templo (tuki), centro ceremonial (tukipa) y ritual, y su representante e interlocutor es el mara’akame.
Su comida preferida es leña (kiye) de roble y maíz molido (tumari).
En la tabla, el fuego aparece “abajo” en el inframundo como Nairi, dios de la “lluvia de fuego”, su aspecto de rocas incandescentes antes de ser domesticado; y aparece también como Tatewari en el mundo celestial “de arriba”. La línea serpentina que sale de su mano muestra el camino de su sabiduría; la que sale de su boca es signo de su canto sagrado.
Tayau o Tawewiekame, Nuestro Padre el Sol es signo del mundo “de arriba”.
El amanecer llegó gracias al sacrificio de un niño “chueco”, cojo y tuerto pero muy buen cazador que se lanzó al fuego. Después de viajar por el inframundo renació como el Padre Sol en el oriente en la cima del Cerro Paritekia, “del amanecer”. Allí, un guajolote (aru) lo nombró Tayau.
Cuando el sol nació la tierra se iluminó y se “secó” poniendo fin a la era mítica y estado primordial de agua y oscuridad. Así surgió el mundo como lo conocemos ahora.
Como el primer amanecer sucedió en el mismo tiempo y lugar que la primera cacería de venado y su transformación en peyote, el sol es también signo del nierika, la iniciación y “la visión de los dioses”.
En la tabla el dios solar se manifiesta en el mundo “de arriba”.
Está representado de cabeza en forma del Cerro Paritekia, o Cerro Quemado (Reu’unari). Sostiene muwierite o varas ceremoniales con plumas y varios takwatsi o cestos para resguardarlos. Tayau, emerge de la cima. De su cabeza salen, como cabellos, los rayos solares. Adentro de su cuerpo, signo de la iniciación y de la revelación de los dioses, hay peyotes y serpientes.
Además de estar “arriba”, el sol también aparece “abajo” en el inframundo. La chispa dentro de su cabeza indica su esencia solar y próximo renacimiento como el Padre Sol. Es el niño “chueco” después de lanzarse al fuego en su paso por el inframundo.
Los gemelos héroes son la figura mítica del planeta Venus y su esencia dual como estrella de la mañana y estrella de la tarde. Ellos son Xurawe Temai, El Joven Estrella del alba y su hermano, la estrella de la tarde. Desde el cielo y con sus flechas libran una batalla cósmica contra los seres de la noche y del mundo “de abajo”, ya sea la monstruosa anciana Takutsi Nakawe, ser destructor y déspota de los tiempos míticos, o con la gran serpiente bicéfala que habita en las aguas del inframundo y que devora al sol al atardecer sumergiéndolo en sus aguas. Es Xurawe Temai quien, antes del amanecer, flecha a esta serpiente para que el sol pueda salir de nuevo por el oriente.
Fue también él quien flechó a Nairi, la gran nube de chispas que era el fuego en su estado primordial antes de ser domesticado.
Las estrellas fugaces que se ven en el cielo nocturno son los flechazos con los que este lucero somete a las criaturas de la oscuridad.
En la tabla, los gemelos llevan velas y un bule, que podría contener maíz molido o tabaco. Atienden al mensaje de Tatewari, signo de la victoria del Padre Sol.
Esta pareja de personajes con sus ofrendas, al estar posados sobre el camino que sale de Tatei Haramara, Nuestra Madre la mar, y que se dirige hacia el gran nierika o la iniciación, encarnan también a los ancestros que emprendieron el primer viaje al oriente y, por lo tanto, a los peregrinos que caminan sin cesar a Wirikuta para obtener la visión de los dioses y seguir procurando el amanecer.
Tatei Haramara es la diosa madre del mar, la fuente de fertilidad por excelencia y de quien proviene toda el agua que fluye en el mundo. Al estrellarse contra la playa y las rocas se levanta como rocío para formar las nubes; y a través de las “venas de la tierra” es que alimenta todos los ojos de agua, manantiales y lagunas del territorio huichol.
Su lugar de culto es la roca blanca que se alza en medio de las aguas en la costa de San Blas, Nayarit, el espacio más occidental del universo y el mundo “de abajo”. Aquí, es también el punto de origen, de donde provienen todos los seres.
Antiguamente habitaban aquí los gigantes hewiixi, pero fueron vencidos por los “seres de arriba”, las estrellas.
La costa, con sus rocas, manglares y esteros es lo que quedó del mundo acuático de los tiempos míticos que se secó con la salida del sol.
Este mundo relacionado con la oscuridad, la temporada de lluvias y la fertilidad sin contención, es el inframundo donde habitan gran parte de los muertos, transgresores de las costumbres que llegan a este sitio de eterna fiesta y borrachera.
La costa es también conocida como Kamikita o lugar de la gente lobo. Por su lealtad y pericia para la cacería los huicholes consideran también a los lobos como sus antecesores.
Generalmente Tatei Haramara es representada como la gran serpiente bicéfala que habita en las aguas del inframundo y que devora al sol al atardecer y lo libera por el oriente al día siguiente al ser vencida.
En la tabla tiene la forma de una gran ave que porta una doble cornamenta de venado (awa). Dentro y fuera de ella cantidad de seres y elementos la acompañan y es punto de partida de diversos personajes e historias.
A su lado derecho, además de ser una clara referencia al fuego, el elemento triangular podría identificarse como la roca de San Blas; y el color blanco que los rodea, evoca la espuma que generan las aguas del mar que se estrellan contra ella para elevarse como rocío al cielo.
Nuestra Abuela Takutsi es la deidad femenina de la fertilidad y el ser más antiguo del universo. Su pareja masculina y antagónica es el anciano dios del fuego Tatewari.
En tiempos míticos, esta anciana bajo su aspecto monstruoso de Takutsi Nakawe, “carne vieja” o “carne podrida”, reinaba el universo cuando lo habitaban los hewiixi, una raza de gigantes caníbales. Ella, como antecesora de Tatewari, fungía como cantadora, pero dejó de cumplir sus deberes y era déspota, violenta y se emborrachaba con tejuino (bebida fermentada de maíz). El Joven Estrella del Alba mató al monstruo Nakawe con sus flechas y la convirtió en Takutsi, la diosa de la fertilidad. De lo que quedó del monstruo Nakawe surgieron toda clase de plantas y animales. El árbol que la identifica es el “chalate de lluvia” o higuera. Porta, y se le representa, con un bastón milagroso que hace germinar semillas y procura fertilidad. Cuando llega la temporada de lluvias, vuelve a su aspecto de monstruo Nakawe como un retorno a los tiempos míticos. Bajo su aspecto Nakawe, su pareja es Nairi, o el fuego primigenio antes de ser domesticado. Nakawe, el monstruo de la fertilidad desenfrenada y Nairi, la lluvia de fuego, forman así, la primera pareja original.
En la tabla, Takutsi se posa sobre la jícara que dio origen al mundo y que, igual que ella, es signo de fertilidad.
Watakame, también llamado Tuamuxawi, es el primer cultivador.
Él fue el único sobreviviente del diluvio que arrasó el mundo anunciado por Nuestra Abuela Takutsi. Cuando encalló, desposó a la primera mujer y, junto con ella, formó la primera pareja humana de la que descendieron los huicholes. Ellos fundaron el kie (rancho) y el coamil (milpa) originarios.
Al mismo tiempo, Watakame es el primer cultivador porque desposó a las cinco diosas del maíz, que representan las cinco variedades que se cultivan en el territorio huichol. La siembra es así la alianza entre el cultivador y las semillas que asegura el sustento y la vida.
Varias figuras en la tabla sugieren ser este personaje, siendo así el que tiene más presencia junto con las diosas madres de la lluvia. Pareciera que Watakame va visitando todas las historias que se cuentan en el inframundo y en la superficie de la tierra enfatizando su papel de ancestro, progenitor, sembrador y vínculo con las deidades.
En el inframundo, se le puede identificar como una de las criaturas al interior de Nuestra Madre la mar, Tatei Haramara; también, saliendo de Nuestra Madre la tierra, Tatei Yurianaka, para sumergirse en la espuma del mar remitiendo a su travesía por las aguas durante el diluvio y a las peregrinaciones que hasta hoy hacen los huicholes a Haramara para honrar sus orígenes. Watakame es puente entre la tierra, en donde siembra, y las aguas que hacen germinar las semillas. Está, además, al centro posado sobre la jícara primordial junto con Nuestra Abuela Takutsi; y otra vez más bajo el gran nierika, “visión de los dioses”, del lado derecho. Porta una cornamenta (awa), atributo de deidad. Detrás de la serpiente por la que camina, está su pareja, la primera mujer.
Pero su presencia más evidente es en la superficie de la tierra. Allí, entre adoratorios y montañas, Watakame carga la milpa sobre su espalda.
Las Tateiteime, diosas madres de la lluvia, esposas del Padre sol, Tayau, nacen del polvo del desierto sagrado de Wirikuta en el oriente como “serpientes de nubes” (haikuterixi) y se precipitan sobre la tierra como lluvia (witari) al terminar la temporada de secas.
Al nacer, la primera serpiente de lluvia, Tatei Nia'ariwame, viajó por los cinco rumbos del universo y dio origen a sus cinco desdoblamientos o a las cinco Tateiteime Nia’ariwamete o diosas madres de la lluvia asociadas a cada rumbo. Ellas son: del poniente, Tatei Kiewimuka; del norte, Tatei Haitsi Kipuri, “Nuestra Madre Cabello de Rocío”; del sur, Tatei Xapawiyeme “Nuestra Madre, el Chalate [higuera] de Lluvia”; del centro, Tatei Aitsarika; y del oriente, Tatei Matinieri, el manantial sagrado donde se purifican los peregrinos en su ruta a Wirikuta.
Originadas en el mundo “de arriba”, las Tateiteime son seres sagrados que surgen al momento de la iniciación. Pero al mismo tiempo, el inicio de la temporada de lluvias (witarita) es también un retorno a los tiempos míticos y a la humedad y fertilidad del mundo “de abajo”.
Dentro de la tabla, las Tateiteime aparecen repetidamente y en los tres niveles del universo.
En el inframundo, en la esquina izquierda, aparecen ligadas al mar. Dentro de Tatei Haramara, entre sus alas y colgando de su pico se ven seres acuáticos que evocan a las Tateiteime.
Entre el inframundo y la superficie de la tierra se perciben con más claridad a dos de ellas, una dentro de la otra. Asociadas al diluvio que sobrevivió Watakame se identifican con Tatei Xapawiyeme, lluvia del sur (color verde), y dentro de ella, a Tatei Haitsi Kipuri, lluvia del norte (en gris y azul).
En su etapa de recién nacida y pequeña serpiente de lluvia, está Tatei Nia’ariwame (madre de todas las lluvias) en la esquina inferior derecha y sube por la superficie de la tierra hacia el mundo celestial.
Ya en el mundo “de arriba”, se ve con cornamenta (awa) y rostro de venado a Tatei Matinieri, la diosa de la lluvia del oriente.
Nuestra Madre Tatei Yurianaka es la diosa de la tierra.
Como ser de fertilidad y “semilla germinada” (kutsi), Nuestra Abuela Takutsi dio a luz a la tierra en la que hace crecer todas las plantas con su bastón milagroso.
Se le relaciona con el mundo de abajo porque es en ella donde se consolida toda fertilidad. Pero al mismo tiempo, ella es también la superficie del paisaje. Además de recibir el agua de las diosas madres de la lluvia, los huicholes la alimentan con ofrendas, sangre de animales sacrificados y, en algunas fiestas, ritualmente con carne seca de venado.
En la tabla, Tatei Yurianaka aparece en el nivel de la superficie terrestre. Flota sobre el inframundo y se extiende hasta la espuma de las aguas del mar remitiendo a su vínculo indisoluble con el agua. Porta colas y cornamentas de venado que la identifican como deidad, y sobre su cuerpo se dibujan sus pechos, signos de su fertilidad.
La primera mujer que existió fue desposada por Watakame, el primer cultivador. Ellos son la pareja humana originaria, fundadores y progenitores de las comunidades huicholas.
Antes de convertirse en mujer ella fue la perrita negra que abordó la barca que labró Watakame para sobrevivir al diluvio anunciado por Nuestra Abuela Takutsi. Cuando al fin encallaron, Watakame descubrió que la perrita se quitaba la piel y se convertía en mujer.
Él tomó la piel y la quemó y ella quedó convertida en mujer para siempre. Juntos procrearon a la niña serpiente de lluvia y al niño calabaza. Ella, entonces, se relaciona también con la diosa del maíz, la madre de las cinco muchachas de maíz, esposas del primer cultivador.
En la tabla aparece la perrita negra dentro de una pequeña casa en el inframundo. Es la primera mujer en su estado primordial. Su presencia en el mundo “de abajo” remite también a que este animal es el encargado de conducir a los muertos en su paso por el mar subterráneo.
La primera mujer está presente además como madre de la niña Nia’ariwame, serpiente de lluvia. Se le ve de cuerpo entero, posada sobre su propia cabeza.
Los dioses venado son los Tamatsime o Hermanos Mayores, hijos del Padre sol y de las diosas madres Tateiteime. La manera de relacionarse con estas deidades es a través de la cacería.
Ellos fueron el primer ser en convertirse en deidad al haberse sacrificado a los cinco primeros cazadores (awatamete). Su corazón (iyari) se transformó en peyote (hikuri) para que lo comieran los awatamete y obtuvieran la visión del amanecer. Por eso casi todas las deidades tienen aspecto o atributos de venado.
En la tabla, justo bajo el nierika izquierdo, aparecen los primeros venados saliendo del mar en el inframundo y caminando sobre la superficie de la tierra hacia una trampa para cazar venado en donde, como signo, se ve el hikuri.
En el mundo celestial, arriba del nierika derecho, aparece Maxa Yuawi, el Venado Azul. Éste es el venado en el estado más sagrado de todos. Acaba de convertirse en hikuri que, a su vez, crece de las huellas que va dejando en el desierto. El venado color azul intenso y vibrante con la cornamenta (awa) y el cuerpo crecidos es ya una deidad. La línea serpentina que sale de su cornamenta se relaciona con las lluvias y la formación de las serpientes de nubes en el desierto al momento de la iniciación. Al mismo tiempo, al tratarse del primer venado, es Tamatsi Parietsika, “el que camina en el amanecer”.
También en el mundo celestial, debajo de Nuestro Abuelo Tatewari, dios del fuego, está Tamatsi Kauyumari, “el que no conoce su nombre”, dios de la palabra. Éste es el dios venado con personalidad más ambigua y traviesa. Es interlocutor del chamán o mara’akame durante los cantos que buscan establecer diálogo con las demás deidades y es frecuente que “diga” bromas, contradicciones o se rehúse a participar. En la tabla, de su cabeza salen serpientes, signo de que él es el mensajero de los dioses.
El kieri, también llamado “árbol del viento” o “yerba loca”, es una planta (Solandra brevicalyx) que crece en las zonas escarpadas de la sierra, generalmente de difícil acceso.
Mitológicamente es anterior al hikuri o peyote. Se dice que Takutsi Nakawe, Nuestra Abuela “la carne vieja” la consumía durante su déspota dominio en tiempos de los gigantes hewiixi. Entre los huicholes, su uso para comunicarse con las deidades por las cualidades alucinógenas de su polen es muy antiguo.
El culto del kieri idealmente es para los chamanes más experimentados porque sus efectos son muy potentes y difíciles de controlar. Es preciso comprometerse a una devoción muy estricta ya que no cumplir con sus “mandas” tiene consecuencias fatales.
A diferencia del hikuri cuya esencia es la ritualidad colectiva, el culto al kieri es una búsqueda individual para obtener bienes personales o la inspiración artística, teniendo especial devoción entre los músicos. Algunos mara’akate acuden a él para obtener algún don especial que trascienda los poderes del hikuri. Aunque por su esencia ritual el hikuri siempre será más importante y sagrado, los efectos del kieri resultan muchas veces más poderosos, pero también, muy destructivos.
En la tabla, si se sigue el sendero que se ve salir de la diosa de la tierra hasta el Cerro del Amanecer, el kieri parece estar a medio camino. Es una gran flor que pende de una rama con colas de venado en el mundo celestial. De ella cuelgan, hacia la superficie terrestre, hilos amarillos con su polen en paralelo con serpientes que sostienen peyotes en medio de su cuerpo, elementos que enfatizan su enorme poder como vía alterna hacia la iniciación para los que honren su carácter de deidad exigente.
Justo al centro, “abajo” en el inframundo, descansa una jícara color verde. Es el signo del origen del mundo y, a un tiempo, el mundo mismo, contenido en ella como un microcosmos.
Según el mito, el universo surgió de una jícara primordial que, como la matriz fértil de la tierra, dio origen a los primeros seres. En su interior, los puntos rojos remiten a las semillas de la vida futura; semillas como las que alguna vez fueron todas las criaturas y los ancestros; semillas como las que hoy, los hombres siembran en la tierra para que las plantas germinen y provean el alimento que asegure la vida futura.
Una flor parece brotar de esta jícara, símbolo de la fertilidad que crea y renueva al universo. La flor, que puede también leerse como un nierika o “instrumento para ver”, evoca al mundo en sí mismo, ya que finalmente éste fue creado de “la visión de los dioses”. Por eso esta flor o nierika llega hasta Nuestro Bisabuelo Tatutsi Xuweri Timaiweme, la deidad al centro de la tabla, cuya visión del universo es la que se mira en la obra.
Sobre la jícara primordial se posan, frente a frente, Watakame, el primer cultivador y Takutsi, Nuestra Abuela; él, como el primer hombre huichol; ella, con su cornamenta de venado, como la deidad más antigua del universo.
El mito cuenta que un devastador diluvio arrasó al mundo entero. Takutsi eligió a Watakame para salvarlo y le instruyó a que labrara una barca y se encerrara en ella con una perrita negra y cinco granos de maíz. Juntos navegaron el universo. Primero viajaron al norte, donde Takutsi dejó su bastón mágico que se convirtió en el cerro de Hauramanaka, “lugar de la madera flotante”, el Cerro Gordo en Durango. Después llegaron al sur. Allí el agua cesó y la barca encalló convirtiéndose en Xapawiyemeta, “lugar de Nuestra Madre, la higuera de lluvia”, la laguna de Chapala. Watakame se estableció y descubrió que la perrita negra, al quitarse la piel, se convertía en mujer. Entonces la desposó y sembró el maíz.
En la tabla, al lado izquierdo de la jícara vemos a la perrita negra dentro de una casa evocando al primer asentamiento. A la derecha de Takutsi, se extiende Tatei Xapawiyeme que a su vez aloja a Tatei Haitsi Kipuri en su interior. Diosas madres o Tateiteime de la lluvia del sur y el norte respectivamente refieren la ruta que siguió la barca de Watakame antes de encallar. Un trazo negro y vertical que parece clavarse en el cuerpo de las Tateiteime recuerda al bastón mágico de Takutsi.
Watakame aparece una vez más sobre un camino serpentino que sale de la cabeza de Xapawiyeme, lugar donde encalló su barca, y llega al gran nierika, “visión de los dioses”. Ahora porta cornamenta (awa) y una hilera de cestos takwatsi, signos de la iniciación chamánica. Pareciera que así, por intermediación de las deidades, es que se encuentra con la primera mujer, el personaje azul, y con ella se convierte en progenitor.
Watakame, el primer cultivador, fundó la comunidad originaria cuando el diluvio mítico terminó.
La trayectoria de su barca de norte a sur señaló el área donde hasta hoy se establecen las comunidades más tradicionales: en el corazón de la Sierra Madre Occidental que atraviesa de norte a sur el territorio wixarika o huichol.
En la tabla se ve a Watakame entre montañas que aluden a la Sierra cargando en sus espaldas el coamil, la milpa. Dos edificios remiten tanto a la casa (ki), como al templo (tuki) o adoratorio parental (xiriki), estructuras básicas que, junto con el coamil articulan el rancho (kie) y la comunidad wixarika.
La escena es de prosperidad y fertilidad. Una flor que parece ser de calabaza (xutsi) se levanta frondosa hacia el mundo celestial. Evoca a los primeros frutos y, a un tiempo, a los niños como pequeños dioses de lluvia. Además de ser el futuro de las comunidades, los niños recién nacidos y aún pequeños están asociados con las calabazas y elotes tiernos, la lluvia y las nubes (haite).
Uno de los elementos esenciales para servir a las deidades es la ofrenda de sangre sacrificial con la que se espera recibir a cambio salud, fertilidad y agua de lluvia.
La sangre (xuriya) se considera el líquido vital. La que proviene de animales sacrificados aún vivos es alimento para los dioses y, más aún, sustancia mágica que crea nueva vida. Se unta en las ofrendas porque “hace hablar” a las deidades y vuelve a las plegarias más efectivas.
En la tabla Tatei Yurianaka, Nuestra Madre la tierra, recibe la sangre de dos animales, un toro (turitu) y lo que parece ser un becerro (pixeru) o un borrego (muxa), que yacen a sus pies mientras ésta brota de sus cuellos.
Entre todos ellos está Tatutsi Maxakwaxi, el principal dios venado y muwieri o vara ceremonial de Nuestro Abuelo Tatewari.
Sostiene sobre su espalda a Nuestra Madre tierra y su cabeza se coloca entre los torrentes de sangre de ambos animales. Pareciera que Maxakwaxi, intercesor e “instrumento mágico”, es el intermediario entre el alimento sagrado y la tierra que, al nutrirse de él, devolverá a su vez fertilidad y alimento. El conjunto evoca al vínculo que el sacrifico ritual forma entre el hombre, las deidades y los dones que intercambian.
Cuando todo estaba oscuro y sólo alumbraba la luna y las estrellas del cielo, los primeros venados emergieron de las aguas del mar primordial y comenzaron a caminar con rumbo al este.
Recorrieron grandes tramos entre lluvia y oscuridad hasta que, al llegar al desierto del oriente, el primero de ellos se entregó a los cinco cazadores originales (los awatamete) que habían seguido sus pasos desde las aguas del mar. Al momento de ser cazado, su iyari (corazón, “ser verdadero”) se transformó en hikuri, peyote sagrado. Entonces los cazadores lo comieron y el venado alcanzó para ellos el nierika, “el don de ver”. Su sacrificio voluntario lo convirtió en deidad y Hermano Mayor de los huicholes. Entonces se reveló a los cazadores como el gran venado azul Maxa Yuawi. En ese momento Wirikuta, lugar de la luz y las deidades, fue creado y nació el sol. Por eso el primer venado se llama Tamatsi Parietsika, “Nuestro Hermano Mayor el que camina en el amanecer”.
En la tabla, esta historia se extiende casi por todo lo ancho para mostrar la peregrinación primigenia que inició “abajo” en el inframundo y atravesó la superficie de la tierra para alcanzar el mundo celestial “de arriba”.
Debajo del nierika izquierdo aparecen los primeros venados que se alejan de Tatei Haramara, la mar de donde emergieron, y se dirigen hacia Tatei Yurianaka, la tierra. Allí se levanta la trampa de cacería que señala su transformación en hikuri, el peyote sagrado.
Arriba del nierika derecho, ya en el mundo celestial, Maxa Yuawi el venado azul aparece imponente y crecido ostentando una gran cornamenta (awa). De ella se ve salir una línea serpentina que evoca al nacimiento de las serpientes de nubes (haikuterixi) y la llegada de las primeras lluvias desde el rumbo del amanecer.
Al momento de la primera cacería de venado sucedió también la primera salida del sol.
En la tabla se ve, de manera vertical, el viaje desde el mundo “de abajo” que realizó Nuestro Padre sol hacia el mundo celestial “de arriba” en donde emergió en el lugar del amanecer, el punto más oriental del territorio wixarika o huichol.
En el inframundo se ve al sol aún en su aspecto humano con una chispa en su cabeza durante su paso por el interior de la tierra. El mito cuenta que cuando el niño “chueco”, cojo y tuerto “pero muy buen cazador” se lanzó al fuego, bajó al inframundo y sólo después de recorrerlo todo es que al fin emergió en el mundo “de arriba” por el Cerro del Amanecer o Paritekia. Nadie sabía su nombre y un guajolote exclamó ¡tau, tau!, nombrándolo Tayau.
Así se convirtió en deidad, el Padre sol.
El mundo primigenio oscuro y acuoso se iluminó y comenzó a secarse. La era mítica llegó a su fin. Los ancestros se deificaron y adoptaron la forma de montañas, rocas y otros elementos del paisaje los masculinos, y de cuerpos de agua los femeninos. Por eso cada deidad ocupa un lugar específico en el territorio huichol.
Con la salida del sol se creó el desierto sagrado de Wirikuta de la visión o nierika obtenida por los primeros peregrinos que comieron hikuri, el peyote sagrado. Ya con la visión del amanecer, soñaron por primera vez con las serpientes de lluvia (haikuterixi).
El camino que sale del Cerro del Amanecer en el mundo celestial y baja hasta la superficie de la tierra, Nuestra Madre Tatei Yurianaka, está cargado de jícaras, signos de fertilidad, que llevan las lluvias desde Wirikuta hasta las comunidades. Este camino, desde y hacia el nierika, lo habrán de recorrer los iniciantes una y otra vez para asegurar la salida del sol desde el oriente y que se siga creando el mundo siempre nuevo “de arriba”.
Cuando Tatewari, Nuestro Abuelo el dios del fuego nació, su resplandor se convirtió en la primera fuente de luz y calor para los seres que habitaban el universo, que entonces se encontraba en penumbras y apenas alumbrado por la luna y las estrellas. Aún no existía el sol. El recién nacido fuego resultó tan preciado que hasta un tlacuache intentó robárselo.
Tatewari, la deidad más antigua del mundo “de arriba” tiene, por esencia, nierika o el “don de ver”. Desde que nació prodigó su luz y guio a los ancestros en su peregrinar al oriente en busca del venado que los llevaría hasta el amanecer. El fuego es así el vínculo entre lo “de abajo” y lo “de arriba”, intermediario entre hombres y deidades.
Por eso Tatewari, el “soñador”, es el primer chamán, curandero y cantador: el mara’akame por excelencia.
En la tabla se ve a Tatewari recibiendo la llegada del sol por el Cerro del Amanecer. El sol, como “el fuego de arriba”, porta toda la parafernalia del chamán: muwierite o varas ceremoniales y varios cestos takwatsi, estuches para sus instrumentos sagrados.
De la boca del anciano Tatewari emanan cantos y su mano muestra el camino que los iniciantes han de seguir. Está de pie sobre una de las serpientes que brota de Kauyumari, el dios de la palabra. A través de él se comunica con los peregrinos que portan velas y un bule. Pareciera que con sus velas levantan al sol, evocando con ellas los haurite o soportes del mundo. Su devoción ritual ha logrado la salida del sol. Uno de ellos está prendido de otra serpiente que brota de Kauyumari y así recibe el mensaje de Tatewari. De sus ojos brota la visión del amanecer.
Esta pareja de peregrinos son también Xurawe Temai, el Joven Estrella del alba y su hermano, la estrella de la tarde, cuyos flechazos “tumbaron” al fuego para que naciera Tatewari y vencen a la serpiente del inframundo en cada amanecer.
Alrededor del nierika derecho se narra la historia más completa y elocuente de la tabla. Se trata del origen de la primera serpiente de lluvia, la niña Nia’ariwame.
El mito cuenta que, de recién nacida Nia’ariwame sufría los constantes regaños de sus padres que la llamaban berrinchuda y se quejaban de su aspecto amorfo y serpentino.
Entonces ella escapó de su casa. Tomando la forma de una culebrilla se deslizó lejos dejando a su paso charquitos y ojos de agua. Viajó por los cinco rumbos del universo y así dio origen a las cinco diosas madres Tateiteime de la lluvia. Cuando llegó al mundo “de arriba” se transformó en la serpiente de lluvia del oriente, Tatei Matinieri.
Entonces la encontró su hermano y le pidió regresar con sus padres. Ella accedió, envió a su hermano a casa y prometió volver. Nia’ariwame cumplió su palabra, pero llegó convertida en una tormenta enfurecida que destruyó la casa de sus padres y los mató.
Nia’ariwame, ya como la diosa madre de la lluvia, viajó también a los demás rumbos del universo para llevar lluvias suaves y benéficas a quienes peregrinaran a su nuevo hogar en el oriente y así procurarles fertilidad.
En la tabla, la secuencia de la historia es cíclica. Se desarrolla de abajo hacia arriba por el lado derecho y baja de nuevo por el izquierdo.
Hasta abajo, se ve a la recién nacida Nia’ariwame emergiendo entre montañas con su cabeza azul y cuerpo serpentino. Se enrosca tímida bajo un gran rostro de venado que sugiere ser su madre, la que algunos mitos señalan como Tatei Uti’anaka, diosa madre del bagre y antepasada de los ríos y los peces. De pie sobre la cabeza de venado y bajo el nierika derecho se ve, frente a frente, a una pareja con forma humana. Los padres de Nia’ariwame también se identifican como un roble (su padre) y un pino (su madre). Pero al mismo tiempo, se narra cómo Watakame, el primer cultivador y su esposa, la primera mujer, procrearon a la primera serpiente de lluvia y a su hermano Xikuakame, el niño calabaza.
Al lado derecho de sus padres se ve a Nia’ariwame, ya con forma de culebra, huyendo de su rancho y emergiendo por el techo del templo rumbo al mundo celestial. Ya “arriba”, aparece como la enorme serpiente de lluvia del oriente Tatei Matinieri con rostro, cornamenta y colas de venado. A su lado están las distintas transformaciones o aspectos que puede tener la lluvia: un pequeño insecto o mariposa evoca a los niños pequeños o “niños de lluvia”; un enorme toro sugiere a Hakuyaka, el toro mítico que personifica los aguaceros; una serpiente de nubes (haikuterixi) como las que sueñan los iniciantes en Wirikuta; y una nube (hai).
Bajando de regreso a casa por el lado izquierdo, vuela un ser triple que remite a varios personajes. Como hermano de Nia’ariwame, Xikuakame el niño calabaza aparece bajo las tres variedades de este fruto y orejas de hoja de calabaza. Pero Xikuakame también se dice ser el antepasado de los relámpagos, lo que lo relaciona con Hakuyaka, el gran toro mítico de los aguaceros. Ambos seres portan cuernos de toro y son signo de las tormentas.
Por otro lado, los cuernos de toro se relacionan también con los “mestizos” o no huicholes porque “vienen de lejos”. Esto coincide con que, en otras versiones del relato, el hermano de la diosa Tatei Nia’ariwame es el dios del viento Tamatsi ‘Eaka Teiwari, “Nuestro Hermano Mayor, el Vecino (Mestizo) Viento”.
Berrinchudo igual que su hermana, el viento es el encargado de llevar a las nubes, pero a veces también las dispersa. En la tabla, estos tres seres con aspecto de “diablito” travieso parecen transportar a su hermana la lluvia de regreso a casa, pero en su forma de tormenta destructiva. El “diablito” de la parte superior insinúa arrojarla con sus manos a una jícara.
Así, el regreso de los hermanos a casa se manifiesta a través de la línea serpentina o camino que baja hasta su rancho de origen y del que cuelgan jícaras invertidas que escurren lluvia en forma de puntos azules o gotas. De las dos más cercanas a sus padres sale un relámpago y puntos negros que sugieren granizo, signos de tormenta.
Por último, el mismo camino serpentino acuna tres niños pequeños con dirección al cielo. Esta imagen evoca a la fiesta de los primeros frutos llamada Tatei Neixa, en la que la gente se despide de las lluvias al término del temporal. Los niños pequeños hacen entonces un viaje simbólico a Wirikuta en forma de copos de algodón que se atan en un lazo con dirección al oriente, el mundo “de arriba”.
Así, este camino de niños y jícaras es imagen del ciclo de las lluvias y, al mismo tiempo, del viaje de la superficie de la tierra hacia el mundo celestial de las deidades.
En la parte central superior de la tabla, sobre la figura de Tatutsi Xuweri Timaiweme, Nuestro Bisabuelo, está la historia que, en cierta forma, cierra el ciclo de todas las demás.
Se trata de los ancestros y su regreso a la tierra como seres deificados en forma de irikate o “personas flecha”.
Los ancestros que realizaron la primera peregrinación al oriente desde las aguas del mar del poniente, se convirtieron en deidades a la salida del sol cuando obtuvieron el nierika, “don de ver”, a través del sacrificio del venado. Así, inauguraron el camino que los hombres habrían de seguir en adelante para poder alcanzar también la iniciación.
Los ancestros deificados de los hombres, los que “ya son como antepasados”, regresan al mundo como pequeños cristales de cuarzo que se atan a las flechas rituales. Estas efigies sagradas los personifican, por eso se llaman “personas flecha”.
En la tabla, tres ancestros masculinos y tres ancestros femeninos se encuentran entramados con unas vainas de las que brotan varios elementos sagrados: colas de venado que los señala como ancestros deificados; nierikas, sus instrumentos para ver; corazones que evocan su iyari, (su memoria, corazón, esencia o “ser verdadero”); y “personas flecha”. Estas irikate apuntan hacia abajo indicando que serán disparadas a la superficie de la tierra para estar entre los hombres. Pero también, apuntan directo a la cabeza de Nuestro Bisabuelo Tatutsi Xuweri Timaiweme, evocando que todo lo que él ha mostrado es, en realidad, la esencia y el iyari de los antepasados.